¿Alguna vez sentiste que, justo cuando empezabas a perder esos kilos indeseados, tu propio cerebro jugaba para el bando contrario? Prepárate: según los neurocientíficos, ¡no es paranoia, es ciencia!

La batalla silenciosa: por qué tu cerebro no quiere que adelgaces

Los “milagros” prometidos por dietas exprés aparecen cada año como flores en primavera, pero detrás de estas esperanzas se esconde una verdadera guerra interior. Según los neurobiólogos Sandra Aamodt (Estados Unidos) y Michel Desmurget (Francia), el auténtico enemigo está, literalmente, en nuestra cabeza.

Ambos expertos saben de lo que hablan: Aamodt hizo su primera dieta ¡a los 13 años!; Desmurget, por su parte, probó sin éxito varias dietas hiperproteicas. Pese a los logros iniciales, siempre recuperaban el peso perdido. Frustración, vergüenza, sensación de derrota: ¿te suenan familiares?

Decidieron investigar científicamente por qué la mayoría de personas acaba recuperando el peso tras una dieta. La conclusión fue clara y sorprendente: todos tenemos un rango de peso fijado en nuestro cerebro y este hará todo por devolvernos ahí si adelgazamos demasiado. Para él, no existe el sobrepeso, sino un peso “estable” que defenderá con uñas y dientes… o mejor dicho, con neuronas y hormonas.

El “termostato” cerebral del peso: ¿a quién echarle la culpa?

En el centro del conflicto está el hipotálamo, apodado por Aamodt como el “termostato del peso”. Esta región, situada justo en el corazón del cerebro, regula la energía del cuerpo recibiendo señales sobre lípidos, azúcar en sangre, nutrientes y cantidad de comida ingerida.

  • Cuando detecta que bajan las reservas, actúa sobre hambre, actividad física ¡y hasta sobre el metabolismo!
  • ¿La misión? Mantenernos dentro del rango de peso que él considera ideal, no importa cuántas ganas le pongamos al asunto.

Desmurget lo resume así: el cuerpo humano es excelente protegiéndonos de la desnutrición, pero no distingue entre una hambruna real y una dieta voluntaria. La culpa es de millones de años de escasez en la evolución: almacenar reservas era cuestión de supervivencia.

Las armas secretas del cerebro: sabotaje desde dentro

Cuando declaramos la guerra a los kilos, nuestro cerebro desplegará toda su artillería:

  • Reduce gastos: disminuye los movimientos inconscientes (como mover la pierna nerviosamente) y se las ingenia para hacer lo mismo gastando menos energía.
  • Ataca las hormonas: reduce los niveles de leptina (la hormona del control del apetito), retrasando la saciedad y desconectando los sensores de estiramiento estomacal; así puedes comer más sin darte cuenta.
  • Sabotea la fuerza de voluntad: cuando creías que aguantarías, el cerebro interviene sobre el córtex prefrontal, desgastando tu determinación y volviéndote hipersensible a cualquier comida; un trozo de pan olvidado se convierte en fuente de obsesión.

Un experimento ilustrativo: investigadores estadounidenses presentaron a dos grupos un enigma imposible de resolver, tentándolos con rábanos y pasteles de chocolate. Los que debían resistirse al pastel tiraron la toalla ¡el doble de rápido! Cuando se emplea la voluntad en una tarea ardua, resistirse a la tentación se vuelve aún más difícil. Así que, si pensabas que tenías nervios de acero… el chocolate suele ganar.

Premios, hábitos y la dura realidad: ¿hay alguna vía de escape?

El cerebro activa sus sistemas de recompensa y hábito (dopamina y automatismos) para empujarnos de vuelta al peso anterior. Tras adelgazar, incluso mirar una foto de comida apetitosa dispara mucho más el “circuito del placer” que en personas cuyo peso actual coincide con su rango cerebral establecido. Vivir rodeados de tentaciones lo complica todo aún más.

¿Y entonces? La voluntad, por muy enorme que parezca, es limitada. Como advierte Desmurget: “tarde o temprano, dejarás caer el pastel”. Y cuando, inevitablemente, dejas de dedicar toda tu atención a resistir el hambre, tu sistema interno recupera el control; comes más, te mueves menos… y el peso vuelve.

Pero no te deprimas, aún hay caminos:

  • La vía de Aamodt: volver a un peso estable reflexionando sobre la alimentación, escuchando la saciedad y reconociendo los motivos emocionales o culturales. Y sobre todo, aceptarse tal cual uno es, aunque no seas un modelo de portada. Como firmar la paz con tu propio cerebro.
  • La estrategia de Desmurget: perder peso poco a poco, modificando hábitos de forma tan sutil que el cerebro “ni se entera” y así no activa sus defensas. Ni dietas drásticas ni ejercicios exhaustivos: un poco de suavidad en este mundo tan rudo…

Ambos coinciden en rechazar la brutalidad: fuera las restricciones bestias y los sacrificios absurdos. La vida es demasiado corta para sufrir tratando de entrar en unos pantalones diminutos cuando podríamos usar esa fuerza de voluntad para relaciones, éxito profesional o simplemente ser más felices.

En conclusión: si tu cerebro sabotea tu dieta no es un traidor, es (demasiado) eficiente en su trabajo de guardián del peso. Quizás el truco esté en conocerlo, tratarlo con amabilidad… ¡y escoger batallas mejores que la del pantalón!