Cicloturismo

El final de un viaje en bicicleta

He visto tantos finales de viajes en bicicleta como cicloviajeros. Todos, todas, en algún momento, hemos tenido que darle punto final a una primera etapa o quizás al viaje definitivo. Cuando damos el primer pedalazo, sabemos que es una experiencia de largo aliento, que la ruta no está definida, pero que hay un estimado de países, de lugares, que no hay una línea de tiempo que determine parar o seguir o, por el contrario, avanzar a sabiendas que hay un punto marcado en el calendario.

VIAJAR EN BICI, FIN Y PRINCIPIO DEL TRÁNSITO

TRANSITO, LUEGO EXISTO

Por: Andrea María Navarrete Mogollón – El Sur Bici-ble

 

Además, son varias las opciones: regresar subidos en la bici, volver en avión, quizás en bus si nos aguantamos las largas jornadas, o en carro, o, por qué no, en un barco o en un velero, porque las opciones, así como los destinos, también son muchos. Y, a la hora de la verdad, cada regreso solo es el principio de una nueva aventura.

Durante mi viaje, de ocho meses, por ocho países, y algo más de 7 mil kilómetros, encontré con varios cicloturistas, todos en movimiento, pero jamás con alguien que ya hubiese terminado su tránsito. Solo en Tucumán, Argentina, conocí a Santiago Aragón. Él viajó durante cuatro años, de 1989 a 1993, de Argentina a Alaska, ida en bici , dos años y, de regreso, en una vans. Con poco presupuesto, cero redes sociales o warmshowers, en una bici rígida bastante pesada para una travesía como esta y unas alforjas que él mismo hizo, pero lo hizo. Y regresó a su tierra.

 

En ese momento de #ElSurBicible, presintiendo que después de romper la zona de confort, y de vislumbrar un cercano regreso, le pregunté a Santi cómo fue el final de su viaje. Claro, no fue fácil. Él, al volver, se fue a vivir a una finca, duró unos meses sembrando, trabajando la tierra. Luego, la escritura de su libro “Pedaleando América” y luego su vida ya no fue igual.

 

También está la historia de Andrés Campaña, viajero ecuatoriano a quien recibí en mi casa, en su ruta de regreso a Conocoto, en diciembre de 2016 y, luego, en 2017, encontré de nuevo, pero en su casa y esta vez era yo quien estaba en tránsito. A Andrés le robaron todo, su bici y equipo de viaje en Pamplona, pero no las ganas de terminar.  Y, después de recibir una nueva bici y algo de dinero y equipo para sobrevivir, llegó a su casa tal cual se fue: pedaleando. Y, hoy, está alistando de nuevo su bici y su equipo para la aventura.

 

Otra amiga, Beatriz Silva, chilena y cicloviajera, la recibí en mi casa también el año pasado, para luego encontrarla, ya en mi viaje, en Villa de Leiva, mientras ella se recuperaba de una enfermedad y yo seguía mi ruta de viaje. Compartimos un pequeño trayecto y, poco después, Bea volvió a su tierra natal, en avión.

 

Y bueno, yo también regresé en avión, en tres escalas que fueron eternas porque, desde la ventana, solo miraba el territorio que había pedaleado, y es una perspectiva extraña, porque en unas horas de vuelo recogí todo lo que pasó subida en mi bicicleta, lo lejos que estaba de mi casa y la incertidumbre de volver, sin tener claro a qué. Sólo sabía que una urgencia familiar hizo que le diera pausa a esta maravillosa experiencia de tránsito. Y ahí iba.

Foto: Archivo personal Andrea María Navarrete

 

Con Bea, coincidimos que lo más difícil de todo viaje en bicicleta no es llevar el peso, no es saber cómo voy a mantener mi economía, ni qué voy a comer, ni dónde voy a dormir. Eso, de acuerdo con la experiencia, se soluciona siempre de las maneras más sencillas y extraordinarias. Lo más difícil de viajar en bicicleta es volver, porque quien vuelve es un ser humano con un aprendizaje enorme sobre la liviandad de la vida, sobre la importancia del silencio para poder observar, ver y verse. Un ser que desaprendió y volvió a aprender a “ser” en el movimiento, en el tránsito. Un viaje en bicicleta enseña sobre lo elemental del mundo: sin tanta carga, sin tanto complique, sin tanto esquema, sin tanto orden programado, sin tanta tara, sin tanto apego. Quien viaja en bici, se despoja. Quien viaja en bici, encuentra la verdadera abundancia y quien vuelve, y se encuentra con lo cotidiano de la vida, el peso de las cosas, la violencia que hay en las ciudades, se quiebra, y necesita también un tránsito para su regreso.

 

Entonces, nos toca ir llegando de a poco. Buscar un lugar tranquilo y de serenidad, para que con el cuerpo, también vaya llegando el alma, la mente, los recuerdos. Sentarse a escribir o retomar las notas de viaje, repasar fotografías, conversar con los amigos de ruta o quienes fueron quedando en cada pueblo, en cada ciudad, en cada país… Llegué hace dos meses y no estoy en Bucaramanga. Estoy en Barichara, un pueblito que me ha permitido regresar  e ir sorteando lo que viene. Yo renuncié a una vida, a una cotidianidad, vendí todo, renuncié a todo y dejé todo. Ahora, tengo la oportunidad de reconstruir una vida con un aprendizaje valioso y enorme, que solo puedo tener gracias a Arielita, mi bici, y a la increíble experiencia de conocer una parte del mundo, subida en una bicicleta.

 

Gracias por seguirme, ya veremos qué nuevo nos trae las rutas…

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